La posibilidad de que EEUU envíe ayuda humanitaria a Cuba es pertinente si no se traduce en entregar nuevas concesiones al régimen.
Al cierre de 2024, la sociedad cubana vive atrapada por un Gobierno incompetente que hace lo que una elite de poder aferrada a un sistema colapsado le ordena. La vida cotidiana en Cuba transcurre bajo el colapso de sus principales subsistemas: energía, abastecimiento de agua, alimentos, salubridad, transporte, atención hospitalaria y disponibilidad de medicamentos e insumos clínicos. La respuesta estatal ha sido la de dar la espalda a esa realidad e invertir en la construcción de nuevos hoteles de lujo mientras la capacidad de habitaciones ya instalada permanece eminentemente vacía.
No es posible explicar esa realidad a partir del paradigma de los estados comunistas que procuraban cooptar a la población con servicios sociales mientras les negaban sus derechos políticos y civiles. A las necesidades de la población (alimentos, salud, electricidad, transporte, viviendas) y al desarrollo nacional (agricultura, pesca, minería, industria) se dedican en Cuba ínfimos recursos. Como alertó el economista Pedro Monreal «en el periodo 2020 a junio de 2024, la inversión principalmente asociada al turismo (suma de ‘hoteles y restaurantes’ y de ‘servicios empresariales y actividad inmobiliaria’) promedió un 38,9% de la inversión total del país, frente a 9,4% de la inversión dedicada a electricidad, gas y agua». Es un aparente contrasentido que en un país azotado por una crisis alimentaria se importen más autos que tractores. Sin embargo, no lo es.
La economía política de Cuba se ha transformado en los últimos 15 años. La nueva clase que rige el país no es de naturaleza burocrática; su poder y privilegios ya no emanan del cargo que tengan en la nomenklatura, sino de la apropiación privada de capitales que no se destinan al desarrollo nacional y, a menudo, van a parar a paraísos fiscales. Priorizar las inversiones en hoteles de lujo que permanecen vacíos en lugar de dedicarlos a resolver la crisis alimentaria no es un error de malos administradores, es una decisión deliberada de una nueva clase mafiosa que lava dinero sobrefacturando obras constructivas.
La elite de poder ha impuesto una economía extractiva: se apropia del 70% de las riquezas nacionales y controla el 95% de las transacciones financieras al obligar a todos los organismos del Estado a depositar sus divisas en el Banco Financiero Internacional, bajo su control. ¿A dónde fueron a parar los más de 70.000 millones de dólares que en poco más de una década —según cifras oficiales de la ONEI— sustrajeron coercitivamente de los salarios de los médicos cubanos en el exterior? Con esa cantidad habrían podido reconstruir todos los hospitales, los servicios de salubridad y recogida de basuras y todavía habría quedado dinero para emprender la reconstrucción del sistema energético nacional.
La sociedad cubana está hoy regida por una nueva oligarquía que ha refundado al antiguo Estado comunista como Estado mafioso totalitario. Ese es el régimen de gobernanza, fallido y colapsado, que se resisten a modificar —en medio de esta crisis existencial que atenaza la vida de millones de cubanos— mientras solicitan nuevas concesiones económicas, levantamiento de sanciones, perdón de créditos no pagados y ayuda internacional.
Las «lloronas» internacionales de la mafia totalitaria
Para ayudarlos en esa estafa tienen una legión de samaritanos —falsos o no— que lloriquean en todo rincón del planeta acusando a EEUU de ser el causante de esta desgracia. No pocos legítimos y honestos samaritanos han caído en esa trampa, pero, después de casi tres décadas, bajo la realidad actual, abren los ojos. Uno de ellos es John S. Kavulich, presidente del Consejo Económico y Comercial Cuba-EEUU, un honesto empresario que quiso entender la realidad cubana de la década de los 90 a partir del paradigma de las sociedades comunistas fracasadas y dispuestas emprender un nuevo cambio en aras del bienestar de la población y el desarrollo nacional. Un objetivo que, de haber sido cierto, no contradecía el legítimo deseo de hacer ganancias en Cuba de un sector significativo del empresariado internacional y estadounidense.
A Kavulich y a otros honestos empresarios, los falsos samaritanos les hicieron ver que el único problema que se erguía frente a tan nobles deseos eran las sanciones estadounidenses de la ya «finiquitada Guerra Fría». Así, cayeron en la trampa, perdieron dinero y tiempo (que también es dinero). Se convirtieron en marionetas inconscientes de la caja de resonancia propagandística y mediática (echo-chamber) que la Administración Obama construyó para legitimar el vuelco de su política hacia La Habana, a instancias de su redactor de discursos, Ben Rhodes, convertido en asesor de política.
Ahora Kavulich, en un acto de valiente honestidad que lo honra, ha reconocido su error mediante una dura declaración del Consejo que hasta hoy ha presidido. Hay una lección en su experiencia: ningún verdadero samaritano (incluyo a los que buscan ganancias sin hacerlas a expensas de la creciente pobreza ajena) puede hacer avanzar causa alguna cuando trata con truhanes. No hay buenos negocios con malas personas, diría mi abuela.
Kavulich atrajo el comprensible rencor de quienes habían sido, o aún eran, víctimas de aquel sistema y suponían que debería conocer las trampas de ese juego, pero luchaba por objetivos legítimos, como el libre mercado en Cuba y entre Cuba y EEUU. La otra moraleja es que los objetivos que se trazaban Kavulich y su Consejo distaban mucho de ser los de la nueva oligarquía cubana. Esa elite de poder temía y teme las relaciones con EEUU mucho más de lo que la intimida el éxito de un infeliz cubano que se abra paso con una finca o una MIPYME, a quien de inmediato ponen en lista negra, lo asfixian, confiscan sus bienes y hasta encarcelan sin derecho a acudir a un tribunal o prensa independiente para proteger sus precarios derechos.
No es posible entenderse con una oligarquía que prohíbe y persigue la creación de riqueza, salvo cuando es para su beneficio.
La historia oculta del embargo
Es bueno recordar que las primeras sanciones de EEUU a Cuba se originaron con las confiscaciones de las empresas estadounidenses sin que mediara un acuerdo sobre su justa compensación como indicaba la Constitución de 1940 y la jurisprudencia internacional. Las inverosímiles ofertas de pago que inicialmente propusieron algunos funcionarios con la idea de guardar las formas, Fidel Castro las sepultó sentenciando lapidariamente que ya esas empresas habían sacado bastantes ganancias del sudor del pueblo cubano.
A ellas se fueron sumando otras a lo largo del tiempo, pero todas bajo «órdenes presidenciales ejecutivas», lo que hacía posible que llegara a la Casa Blanca algún presidente que las quisiera derogar de manera unilateral. Y las administraciones de Ford/Kissinger, Carter y Clinton ofrecieron iniciar un diálogo para estudiar el modo de llegar a un acuerdo sobre los diversos puntos de conflicto y levantar las sanciones. Fidel Castro saboteó todas esas oportunidades.
Para enterrar el dialogo con Kissinger (cuando a solicitud de Castro para seguir avanzando en esas conversaciones ya había levantado la prohibición a las corporaciones estadounidenses de comerciar con Cuba desde sus filiales en terceros países), Fidel Castro envió a decenas de miles de hombres a Angola. Lo mismo hizo en Etiopía cuando Carter les ofreció retomar las negociaciones para normalizar las relaciones bilaterales. Podría decirse —y es cierto— que a Castro no le importaba el embargo porque tenía su financiamiento asegurado por Moscú. Pero cuando en 1996 recibió el mensaje de Clinton anunciando su disposición de vetar la Ley Helms-Burton de hacerse necesario y usar ese año para avanzar en un acuerdo, Cuba estaba sumida en la hambruna y el «Periodo Especial».
Sin embargo, Fidel Castro decidió rechazar el ramo de olivo asesinando a los pilotos de Hermanos al Rescate en una emboscada militar criminal, premeditada y con alevosía. Por su espía en Hermanos al Rescate sabía la ruta, fecha y horario del vuelo, los números de identificación de las avionetas, sus tripulantes y que no tenían intención de realizar ninguna acción hostil contra el país. Los pudo emboscar y asesinar, hasta hoy impunemente. Ante la opción de responder a ese crimen aprobando un ataque a la base aérea de San Antonio o permitir la aprobación de la Ley Helms-Burton, Clinton eligió la segunda y desde entonces ningún presidente de EEUU puede trasgredir lo que esa ley postula sin autorización del Congreso.
Pero aún más significativo fue el modo en que La Habana asumió la extraordinaria oportunidad que le ofreció el presidente Obama. Nadie como Kavulich, actor destacado de esos trajines, para decirnos lo ocurrido: «El Gobierno de Cuba tuvo los medios, el motivo y la oportunidad durante la Administración Obama-Biden y Biden-Harris para crear un panorama comercial, económico y financiero, tanto amplio como profundo en todo el país, desde La Habana hasta Santiago de Cuba. Pero fueron dolorosamente despilfarrados».
Advierte el Consejo que preside Kavulich: «debido a que La Habana continúa retrocediendo ante las reformas comerciales, económicas, financieras y políticas, sus opciones de supervivencia se reducen a buscar caridad disfrazada de gobiernos y organizaciones cuyos intereses no están alineados con los de EEUU. Así, China, Irán, Corea del Norte, Rusia, Turquía y Venezuela se convierten, para el Gobierno de Cuba, en sus Naciones Unidas personales».
Los que a estas alturas lloriquean por el «bloqueo» debieran al menos saber que, en gran medida, este existe por cortesía del comandante en jefe. Deben acabar de entender ese dato, si son honestos y no buscan farisaicamente que sus críticas al Gobierno cubano sean tratadas con más benevolencia por mezclarlas con otras a las sanciones de EEUU. A estas alturas ya nadie medianamente honesto niega que el drama cubano se debe en primer lugar al bloqueo interno al desarrollo de las fuerzas productivas que impone el fallido régimen de gobernanza cubano. Pero ya es hora de que también tomasen nota de que el llamado bloqueo externo existe por obra y gracia de un jefe de Estado que, cuando su pueblo estaba sumido en la hambruna y desnutrición, rechazó —por tercera vez— iniciar un diálogo para poner fin al conflicto bilateral entre Cuba y EEUU.
Esta realidad —la existencia de un régimen de gobernanza insustentable combinada con la absoluta insensibilidad, mediocridad y egoísmo de la elite de poder cubana— es la causa de la destrucción de la economía cubana y de la creciente miseria de su pueblo.
Esta es la lección que Kavulich parece haber aprendido esta vez, finalmente, de forma definitiva. Esperemos que así sea y que muchos otros extranjeros y cubanos abran los ojos junto con él.
Los peligros en la transición a la nueva Administración y la crisis humanitaria en Cuba
Es oportuno que se conozca esa realidad, porque estamos ante una nueva ofensiva de truhanes y falsos samaritanos para que antes de que llegue a la Casa Blanca la Administración recién electa se inicie una ofensiva de concesiones claves a la oligarquía cubana, como sería sacarla de la lista de estados patrocinadores del terrorismo. Sería una repetición de los favores de ultimo minuto a la dictadura cubana que hizo Obama después que Hillary Clinton perdiera las elecciones de 2016 (cancelar la política de pies secos/pies mojados, sacar a Cuba de la lista de estados patrocinadores del terrorismo y cancelar el programa de visas a los médicos cubanos que escaparan del régimen de esclavitud de las brigadas internacionales de galenos).
Inyectar recursos en el hoy colapsado régimen de gobernanza no va a salvar la economía de la Isla, ni resolverá de forma sustentable las penas de los ciudadanos de a pie. Retirar los filtros financieros que monitorean las transacciones de Cuba con países agresores, tampoco. Solo servirán para reforzar la capacidad de maniobra de la oligarquía mafiosa totalitaria aliada de Rusia, Corea del Norte, Irán, y el narcoterrorismo internacional.
La posibilidad de enviar una ayuda humanitaria (que no es lo mismo que entregarle nuevas concesiones al régimen) sería pertinente, pero en este tema también tiene que quedar claro que no pueden hacerse excepciones a los requisitos que deben acompañar esas donaciones. Los beneficiarios deben recibir la ayuda de forma gratuita y conocer quién la ha enviado. Los donantes tienen derecho a exigir ser parte de las comisiones de distribución de la ayuda para fiscalizar que llegue a los verdaderos destinatarios de forma gratuita y con la información sobre quién la hizo llegar.
No es nada nuevo ni extraordinario. EEUU distribuyó ayuda humanitaria bajo Lenin en la URSS. Entre julio de 1921 y todo 1922, el futuro presidente de EEUU, Herbert Hoover, entonces responsable de agencia humanitaria ARA (American Relief Administration) envió a la Rusia soviética más de 200 barcos con alimentos y medicinas y recaudó el equivalente a 1.200 millones de dólares actuales para ayudar a los soviéticos. La magnitud del hecho no podía ser escamoteada y hasta se dieron sucesos curiosos como cuando el Kremlin le organizó a un cooperante fallecido en medio de su faena un funeral de Estado. Su ataúd, cubierto con la bandera de EEUU, fue escoltado por las calles de Moscú en un lujoso carruaje blanco tirado por ocho caballos. La gente sabía quién los había salvado de morir de hambre, por mucho que la prensa oficial soviética tratara de escamotear esa información y disminuir la importancia de aquella generosidad.
Brindar apoyo a un pueblo sometido por un enemigo no es un crimen ni una debilidad política, pero sí lo es si esa ayuda se extiende de tal manera que les permite a los verdugos esconder su origen, distribuirla entre sus acólitos, apropiarse del crédito político de haberla obtenido y hasta lucrar con ella. No hace mucho el embajador ruso en La Habana protestó al descubrir que un donativo humanitario de aceite de su país estaba a la venta en una tienda dolarizada.
Tampoco es nuevo que una elite opresiva se apodere de las donaciones cuando no se ha comprometido a ciertas condiciones para su distribución, y las transforme en un arma política a su favor. Tal fue el caso de Myanmar bajo la crisis de Covid-19. Si hoy la oligarquía cubana lograse donaciones humanitarias sin condiciones para su distribución, seguiría los pasos de Myanmar.
En circunstancias apropiadas, basadas en aquellas normas estandarizadas más usuales para la distribución de ayuda humanitaria, EEUU y la Unión Europea podrían mostrar su mano generosa ante el pueblo cubano sin que los truhanes del «buenismo» se apoderen de las donaciones, las vendan a las víctimas, se apropien de una parte de la carga e incluso del crédito político por haberlas obtenido.
Claro que a los que exigimos transparencia se nos acusará de ser unos «desalmados odiadores». Da igual. A estas alturas hasta Kavulich parece saber finalmente quiénes son los canallas.