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En Cuba, el orden político no se construye desde el Parlamento, sino desde el Partido. La reciente secuencia entre el X Pleno del Comité Central del Partido Comunista de Cuba (PCC) y el Quinto Periodo Ordinario de Sesiones de la Asamblea Nacional del Poder Popular (ANPP) lo confirma: primero se delibera en el núcleo duro del poder, luego se refrenda en el órgano legislativo. No es casualidad, es diseño constitucional.
El artículo 5 de la «Constitución» vigente consagra al PCC como “la fuerza dirigente superior de la sociedad y del Estado”. Esta cláusula, más que una declaración ideológica, es una arquitectura de subordinación institucional. En consecuencia, los debates del Buró Político y del Comité Central no solo anteceden a los del Parlamento: los condicionan. La Asamblea Nacional no legisla, ratifica. No delibera, acata.
? Un Parlamento sin pluralismo.
La ANPP está compuesta, en su mayoría, por militantes comunistas que han atravesado rigurosos filtros de las comisiones de candidaturas. No existe competencia real: cada escaño se disputa entre candidatos únicos, sin campañas públicas ni debates programáticos. El votante cubano no elige entre proyectos, sino entre biografías revolucionarias cuidadosamente redactadas. El sufragio, en este contexto, se convierte en un acto de confirmación, no de decisión.
Incluso los delegados de circunscripción —los únicos sometidos a elección directa— están limitados por ley a ocupar menos del 50% de los escaños. Así se garantiza que la clase política establecida conserve siempre la mayoría parlamentaria. La representatividad queda subordinada a la lealtad partidista.
?? El discurso vigilado.
El reglamento parlamentario es otro instrumento de control. Las intervenciones críticas deben ser cuidadosamente enmarcadas en loas al liderazgo histórico, como hizo recientemente una diputada que, al cuestionar aspectos del sistema, se protegió con alabanzas a Fidel Castro. En Cuba, disentir requiere camuflaje. La crítica sin reverencia puede ser interpretada como contrarrevolución.
? Centralización y fracaso.
La hipercentralización del poder en manos de burócratas sin preparación técnica para la complejidad de los desafíos nacionales ha derivado en una gestión fallida. Desde la economía hasta la energía, pasando por la salud y el transporte, los resultados son desalentadores. La toma de decisiones está monopolizada por un aparato político que no rinde cuentas ni se somete al escrutinio público.
???? Díaz-Canel: el orden de los títulos.
El orden en que se presenta a Miguel Díaz-Canel —primero como Primer Secretario del PCC y luego como Presidente de la República— no es anecdótico. Es simbólico. En Cuba, el cargo de presidente es secundario frente al liderazgo partidista. Elegir al presidente no implica elegir el rumbo del país, porque ese rumbo ya ha sido trazado por el Partido.
Este artículo no pretende ser una denuncia emocional, sino una lectura estructural del poder en Cuba. El Pleno del Comité Central no es solo anterior al Parlamento: es su guionista. Y en ese libreto, la ciudadanía no tiene voz, solo presencia.