Experimento social y régimen de Cuba

Ivette García González

11 de octubre 2022

El tipo de régimen existente en Cuba sería tema de debate tan controversial como útil, pero es de los perjudiciales silencios en la Isla. Es lógico, hace más de medio siglo somos un experimento social totalitario demasiadas veces reciclado desde arriba y sin horizonte a la vista.

Nuestra neolengua ha emanado de manipulaciones, extremismos y pensamiento binario fomentados institucionalmente. Domina la propaganda, incluso con insultos a la inteligencia. Casi todos hemos sido víctimas. Señalo apenas dos ejemplos:

  • Dirigentes y medios oficiales repiten que somosrevolución y socialismo y el gobierno su encarnación; de ahí las convenientes derivaciones extremas de revolucionario y contrarrevolucionario, pero ni se argumentan ni soportan contraste alguno con la ciencia y la realidad.
  • Sustentar —como hizo Cubadebate, que no somos dictadura porque miles de personas van a la Plaza el 1º de mayo y nadie protesta a pesar de la «poca policía», puede engañar solamente a extraños o fanáticos. Se conocen los métodos del gobierno para lograr tales resultados —entre ellos presiones laborales y control de los sindicatos— y que junto a policías uniformados, cientos de agentes de civil controlan a los ciudadanos antes, durante y después de los desfiles.

Podría objetarse también a este argumento que disponer de cotas de apoyo popular no es sinónimo de buen gobierno, ni de estabilidad política o paz social. Sobran ejemplos, las dictaduras casi siempre tienen apoyos, además, regímenes totalitarios tan diferentes como Italia, Alemania y la URSS los tuvieron y dejaron para la historia desfiles espectaculares.

Detrás de esas puestas en escena suele existir un drama social y político que el poder invisibiliza. De Cuba menciono tres realidades camufladas tras el último desfile, que solo han empeorado desde entonces: 1) más de mil presos políticos; 2) represión contra sus familiares y cientos de ciudadanos por expresarse en disonancia con el poder; y 3) apenas dos días antes del acto en la capital un activista clamó —como  intentaron otros que enfrentan cárcel, exilio o insilio— por la libertad de los presos políticos y el derecho de todos los cubanos a participar en la vida política.

-II-

No es lo que afirme el discurso oficial y sus seguidores, porque los conceptos nacen de la realidad, no a la inversa; tampoco es lo mismo «opinión» que «ciencia constituida». Desde diversas ramas de ella el modelo cubano ha sido identificado con autocracia, autoritarismo, dictadura y totalitarismo.

Intente el lector marcar Verdadero o Falso en rasgos de cada uno de esos regímenes políticos y se sorprenderá con las coincidencias, aunque le duela y le ponga mil peros y matices. Sin embargo, ninguna como la última de esas definiciones resume las esencias y evolución del experimento cubano.

El totalitarismo tiene un poco de todos ellos pero se distingue. Al igual que dichas modalidades antidemocráticos, ha mutado —aunque las sociedades no siempre se percatan— desde sus orígenes en los años veinte-treinta del siglo pasado y sus modelos clásicos, estudiados por la filósofa alemana-estadounidense Hannah Arendt.

Aun con sus adaptaciones a tiempos, escenarios y culturas, el modelo totalitario cuenta con rasgos básicos que han trascendido: un gran líder que es incuestionable; Partido e ideología únicos; no se admiten una sociedad civil independiente ni oposición; Estado fuertemente centralista, con carácter monopólico u oligopólico y desmedido sector público, que facilita dirigir y controlar las mayorías; fuertes y múltiples mecanismos de control social; sociedad ideologizada; febril propaganda política, censura, control de los medios de comunicación y manipulación de la opinión pública; movilización extensa, pérdida de poder real del Parlamento y control policial con fuerzas represivas altamente especializadas.

Cuando tal sistema de dominación se prolonga demasiado y empiezan a subvertirse sus elementos distintivos, inicia un ciclo de quiebre del modelo. Prevalecen la crisis, el aferramiento de la clase política al poder, la represión multiplicada y ciertos ajustes en variantes consideradas postotalitarias.

-III-

La Revolución cubana —una de las más importantes del siglo pasado—, derivó modelo verticalmente dirigido desde los años sesenta. Se fue moldeando con ciertos rasgos autoritarios y sobre todo autocráticos hasta dejar configurado el experimento totalitario mediante la  «dictadura del proletariado». La nueva modalidad de dictadura emanaba del «socialismo real» al estilo de la URSS. Como allá y en otras partes donde se implantó sería realmente «sobre el proletariado»; o «de la burocracia», con poder vertical y absoluto desde la cúpula del Partido.

Cierto que un gran peso lo tuvieron el protagonismo y la personalidad de Fidel Castro como líder. Su aparente indefinición ideológica, que negó inicialmente la comunista, y determinados rasgos de la tradición caudillista latinoamericana, le permitieron incluso restringir con rapidez  —contando con amplio apoyo popular y de sus núcleos cercanos—, derechos políticos, libertades civiles y mínimos democráticos. Todo bajo el manto de una transformación radical revolucionaria por y para los humildes.

Sin embargo, otros factores también confluyeron para determinar ese resultado:

  • Las circunstancias específicas de Cuba en plena Guerra Fría.
  • La existencia de una sociedad agotada y fracturada por años de dictadura batistiana.
  • Los efectos positivos de las primeras medidas revolucionarias para las grandes mayorías.
  • El contexto de euforia inicial propio de las revoluciones.
  • La hostilidad de los EE.UU. y el recurso del enemigo externo y la unidad en torno al gobierno para defender la soberanía.
  • La emigración y los fracasos de quienes intentaron revertir el triunfo o evitar el desenlace que ya suponían.

Líder y élite estuvieron por encima de las leyes y sin control democrático durante más de treinta años. Se renunció al pluralismo político, separación de poderes y elecciones libres. Asimismo, bajo el manto de la unidad se estableció el control cada vez más totalizante del Estado sobre la sociedad. Proceso que contempló la propiedad, institucionalidad, medios y organizaciones políticas, sociales y de masas.

Los quince años que Cuba vivió bajo una insólita provisionalidad sirvieron para articular un nivel de consenso —acompañado de depuración del disenso o lo que podría serlo— que permitiera institucionalizar el régimen totalitario. El impulso final se produjo entre 1968, con la Ofensiva Revolucionaria —cuyo alcance se puede comprender volviendo al discurso de Fidel—,  y 1976 con la nueva Constitución.

Amplios sectores de la ciudadanía lo aceptaron, atrapados en el contexto antes descrito o creyendo que era el mejor, o tal vez el único camino para el futuro soñado que el liderazgo prometía. Varias generaciones nacimos en él y parecía que era, aun con problemas, el mejor de los mundos posibles y garantía de la trilogía Patria-Revolución-Socialismo. Sin dudas, al experimento le faltó siempre el «consentimiento informado».

-IV-

Ha pasado más de medio siglo. La persistencia del modelo, la muerte de Fidel y la crisis estructural y simbólica que vive el país desde los años noventa, explican nuestro «post-totalitarismo», que atendiendo a las variantes del politólogo español Juan Linz, está entre «congelado» y «maduro».

El régimen está estancado por envejecimiento, falta de reacción de la élite partidaria que ha perdido capacidad de articular consensos y, al parecer, también por la purga de quienes intentan reformarlo. Junto al desgaste, se incrementa el debate público con voces disonantes al poder, que a pesar de la represión encuentran eco en parte de la ciudadanía.

Las aspiraciones de amplios segmentos del pueblo son incompatibles con el modelo totalitario que la clase política cubana defiende hace décadas sin llamarlo por su nombre. Entre ellas, las profundas transformaciones que requiere la economía y los reclamos insatisfechos de democracia y respeto a la sociedad civil independiente. Frente a eso se plantan la orgullosa defensa del poder unificado; la altiva pose de Raúl Castro y su negativa a ciertas reformas; el incremento de la represión y la impunidad, ahora respaldados con el nuevo Código Penal.

Superar el totalitarismo, tan bien establecido en Cuba, es difícil pero no imposible.

Por un lado, se ha deteriorado el discurso del enemigo externo y del bloqueo como causante de todos los males, asimismo ocurre con la proclamada superioridad del Partido, o del disenso visto íntegramente como mercenario y contrarrevolucionario, y con la tesis de que el tipo de socialismo que existe es el único modo de preservar la soberanía.

Por otro, aunque los métodos para manejar la situación son similares a los de hace décadas, la crisis actual es más profunda y estructural, el desgaste del modelo es también simbólico; el contexto es muy diferente y más complejo —nuevas generaciones incluidas—, y ya no está el líder.

Hemos sido un experimento social sin real consentimiento informado. Las generaciones y problemáticas actuales son resultado de eso. La historia no vuelve atrás pero siempre abre oportunidades, mejor decir como Miguel de Unamuno: «Procuremos más ser padres de nuestro futuro que hijos de nuestro pasado».

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