El Dogma del Poder

La Revolución Cubana, por sus particularidades y la singularidad de sus líderes, mas el entorno histórico en que se produjo, marcó pautas muy propias en el mundo político de su época.

La Revolución ancló rápidamente en los sueños de la mayoría de los cubanos y se ganó la confianza y admiración de la generalidad de los habitantes del  hemisferio, entre otros factores,  por su capacidad para promover una falsa epopeya y laborar por la Utopía.

La habilidad de vender una solución mágica a los problemas nacionales sobrevivió múltiples contratiempos, primero, por la necesidad de creer de algunos dirigentes sociales y políticos, el  servilismo de muchos intelectuales, y por la posibilidad de enfrentar colectivamente a un poderoso rival, Estados Unidos, el único culpable en el imaginario colectivo de los que se han creído redentores.

El Proceso, el término Revolución dice muy poco, logró una relativa influencia en el pensamiento y la acción de los hacedores de política de las grandes potencias durante y después de la Guerra Fría, como consecuencia de  su sobrevivencia y constante actividad internacional a favor de sus propósitos. En la actualidad esa influencia está muy disminuida, pero aún tiene calado para  provocar más de un suceso y neutralizar otros.

El Proceso, para algunos estudiosos y observadores como Santiago Cárdena,  José Antonio Albertini y Ramiro Gómez Barruecos debe su sobrevivencia a la voluntad de Poder  de un pequeño número de iniciados que tuvieron la habilidad de ensamblar su práctica gobiernista con una doctrina, a la sazón liderada por la extinta Unión Soviética, que otorgaba  un espurio y falso ropaje de equidad y soberanía  popular. Estos analistas dicen no tener dudas que el castrismo se hubiera sometido a cualquier otra propuesta ideológica si esa asociación le garantizaba pleno respaldo político y asistencia económica como hizo el Kremlin.

El uso de la teoría marxista adosada con la personalidad mesiánica de Fidel Castro y su estrategia de instrumentar una política interior de control social y económica, sostenida en una represión integral de intensidad variable, propensa a medidas públicas extremas con fines ejemplarizantes, paralela con una política exterior intrusiva y hegemónica, con fines desestabilizadores, es una práctica que nombramos «Castrismo».

Es conveniente señalar que esta manera de conservar el poder dista mucho de ser un sistema de ideas singulares con proyecciones propias sobre el hombre y la sociedad, es solo una eficiente herramienta para mantener El Control, más allá de la voluntad y la conciencia de los propios gobernados.

El elemento que diferencia este Fundamentalismo del Poder es la capacidad de relacionar la política interior del país, con una enérgica y amplia participación en los asuntos internacionales. La internacionalización de los conflictos internos y la proyección de un protagonismo universal sobredimensionado, crea un estado de exaltación muy elevado que galvaniza a la población tras sus conductores.

El Castrismo nunca tuvo pretensiones filosóficas o doctrinales, como se apreció en Corea del Norte cuando Kim Il. Sung se inventó el «Juche» para demostrar la independencia ideológica de su régimen. El Castrismo, como cualquier otro despotismo militar o civil padecido en América, es particularmente chabacano, puesto que sus herramientas claves son: intimidación,  desconfianza, violencia, represión, premio al envilecimiento y castigo al contestario.

 Es un método de sobrevivencia, de mutación y transformación donde cualquier acción es válida por desquiciante y desestabilizadora que parezca, condición que  también demanda un alto nivel de agresividad, audacia y una fuerte capacidad ofensiva.

Uno de las herramientas claves del  método castrista para la conservación del poder es que tiende a nutrirse de las fuerzas que le combaten, y hasta de  sus contradicciones y debilidades, que sumados  a un excelente  servicio de información y espionaje y una férrea censura, convierten al Método en un instrumento muy difícil de quebrar.

Es importante destacar otros factores fundamentales en la sobrevivencia del Castrismo, como su agresividad y falta de escrúpulos para suscribir compromisos y quebrantarlos, su política clientelar con gobiernos, instituciones y personas, su disposición a correr riesgos extremos  cuando chantajea a sus objetivos y una política exterior  muy activa que se conduce como príncipe o mendigo según las circunstancias.

Pedro Corzo

Periodista
(305) 498-1714

 

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