Cuando los amigos se van

 

Hay un número importantísimo de personas que aportan anónimamente a la sociedad en la que viven un quehacer honorable que enaltece a todos. Sin embargo, las más de las veces su cooperación no es considerada ni valorada en la dimensión que merecen, tal y como ha sucedido con Amado Rodríguez Fernández.

Amadito, como le diremos sus amigos hasta el fin de nuestros tiempos sin que importe donde se encuentre, era sencillo, atento y cordial con una vocación de servicio al prójimo incomparable, caracterizada por una austeridad a toda prueba.

Sus 23 años en la prisión política no lo enemistaron con el mundo. Al contrario, siempre estaba presto a servir desinteresadamente, tanto que como dice Alfredo Elías, “él que no quisiera a Amadito era anormal, porque ese hombre impresionaba positivamente con solo darle la mano”.

Partió al infinito de madrugada, discretamente, como para no llamar la atención. No le gustaba molestar, pero si servir. Tenía la virtud de dejar un grato recuerdo en quienes conocía y de inspirar confianza para cualquier indiscreción.

Venció al cáncer la primera vez que lo atrapo, pero, este ladino y sinuoso, regreso con toda su maldad. Sus pulmones fueron los más abatidos. Isabel Tejera, “La Gata”, hermana de presidio, fue su hada madrina. Ella lo hizo ingresar en un hospital porque él les restaba importancia a sus malestares. Isabel, lo amparó todo el tiempo como ha hecho con tantos expresas y expresos.

Ingresado en el hospital fuimos a verlo días antes de su muerte. Nos dijo, “Esto se acabó, ustedes son mi familia, refiriéndose a los presos, así que decidan”. Hablamos largo rato, su entereza de carácter no se quebró ni cuando dijo, “quiero que mis compañeros me rodeen y después me cremen”.

Amado, enfrentó al régimen de Fulgencio Batista. Se asilo en Estados Unidos en 1958. En Cuba se incorporó al ejército rebelde donde, aunque solo tenía 16 años se percató del sectarismo y persecución contra los efectivos militares que no simpatizaban con el comunismo.

Sostuvo un fuerte enfrentamiento con las autoridades militares y rápidamente empezó a conspirar contra el totalitarismo. Fue sancionado en dos ocasiones. En la primera fusilaron a su amigo Algy Eugenio Font Reyes. Cumplió 18 años. Estuvo en las ergástulas más horribles de la dictadura, Boniato, Isla de Pinos y La Cabaña.

Regresó a prisión en 1984. Permaneció cinco años más hasta que fue deportado en 1989, gracias a numerosas gestiones internacionales. Amado al igual que un puñado de prisioneros políticos fue desterrado por la dictadura, ya que voluntariamente nunca hubiesen abandonado a Cuba.

De inmediato se puso a gestar una expedición armada. Después de convencerse que no era posible se incorporó fielmente a la lucha cívica a través de la Solidaridad de Trabajadores Cubanos y la organización “Human Right in Cuba”, posteriormente fue uno de los fundadores del Instituto de la Memoria Histórica Cubana contra el Totalitarismo y uno de sus dirigentes más importante hasta su deceso.

En el segundo exilio no se procuró una vida mejor. Trabajaba para sobrevivir, dedicando la mayor parte de su tiempo a la lucha por la libertad de Cuba. A los 78 años trabajaba muy duro en el Aeropuerto de Miami, cumpliendo las tareas que le asignaran, lo que no le impidió seguir bregando a favor de la democracia en Cuba.

Impartió numerosas conferencias sobre la realidad cubana. Participó en foros internacionales con igual objetivo y escribió varios libros, entre ellos, “Cuba Clamor del Silencio” sobre las prisiones castrista. Fue junto con Enrique Ruano el organizador del Primer Coloquio del Presidio Político cubano cuyas memorias escribieron los dos. Su obra póstuma “Resistencia”, se encuentra en desarrollo y será publicada próximamente.

Fue siempre un hombre austero, humilde y solidario. Solo dejo de trabajar pocos meses antes de su muerte porque el cáncer lo había atrapado irremediablemente.

Amadito partió hacia la eternidad convencido que había cumplido con su deber y orgulloso de haber sido prisionero político. Cierro esta dolida columna con lo escrito por Wenceslao Cruz, “En paz descanses Amadito. Fuiste un ejemplo de patriota y amigo hasta el último día. Fuiste valiente enfrentándote a la tiranía y hasta le sonreíste a la muerte cuando sabías que ya venía, porque sabías que tú eres de los que nunca mueres. Te extrañaremos, pero tu recuerdo y obra permanence”.

 

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