por Pedro Pérez Castro, expreso político # 31263.
Soy un afortunado hombre que después de haber abrazado la lucha en mi Patria, Cuba frente al totalitarismo Marxista, o más bien el Castro-comunismo, durante una buena parte de mi juventud sin haber logrado el éxito esperado, salí como exiliado hacia Venezuela con mi familia donde actualmente resido desde 1980 habiendo encontrado todo lo que en mi tierra me faltó para vivir en un clima de constante progreso, libertad, democracia justicia social y paz. Pero llegó la tenebrosa noche de una doctrina absurda mal llamada socialismo del siglo XXI que ha convertido a esta rica nación otrora paradigma de nuestra región y del mundo, en una verdadera calamidad.
Aun profundamente conmocionado por los acontecimientos de hoy, he esperado el silencio de la noche para reflexionar, recordando cada detalle de este día donde una vez más he sido testigo excepcional de este proceso que ya lleva en esta etapa, una jornada de 40 días de protesta cívica, pacífica y democrática de un bravo pueblo que ha dicho BASTA y se ha dispuesto a todo riesgo a erradicar este sistema y a defender el sagrado derecho de la Libertad con toda su real dimensión frente a un régimen y gobierno abominable, execrable, pútrido como un desecho del basurero de la Historia que un grupo de miserables derelictos humanos ha querido imponer a sangre y fuego. Y como un ciudadano venezolano por adopción ya que soy uno de los que perdí en el combate contra la perversidad del castro-comunismo que aún perdura en la Isla más hermosa que ojos humanos vieron y también porque a pesar de mis años no he arriado mis banderas, ni puedo aceptar vivir indignamente arrodillado ante cualquier poder usurpador, es mi deber y derecho sumar mis esfuerzos con el pueblo que me dio amparo junto a mi familia brindándome estabilidad, seguridad, trabajo y paz para siempre. Hasta que una banda de vendedores de ilusiones con falsas promesas, y sentados sobre las bayonetas se han creído ser los dueños de vidas y haciendas de esta tierra de gracia; resultando ser en estos 18 años de gobierno, una pandilla de forajidos ávidos de poder y corruptos en su máxima expresión, ineptos y abusadores.
Dicho esto como preámbulo, pero sabiendo que las nuevas tecnologías informáticas, permito ver en vivo y directo los acontecimientos de cualquier naturaleza, me permito como desahogo espiritual hacer unas sencillas crónicas que les lleven a ustedes, amigos lectores, la realidad de cada día que estoy viviendo, con el aval de mi larga experiencia en Cuba, y de mi vida en Venezuela.
Enfatizo la fecha de hoy 10 de mayo, porque he sido testigo presencial de la rebeldía democrática de este BRAVO PUEBLO que estremecieron los cimientos de mi humanidad, transportándome a mi Cuba lejana, cuando cientos de miles de hombres y mujeres con el decoro de muchísimos hombres, asumimos de manera frontal, la defensa de nuestra nación dejando a todo lo largo y ancho de nuestra Isla, un reguero de sangre, de una pléyade de compatriotas, que contra toda esperanza supimos combatir al mismo demonio que fuera durante mucho tiempo el flagelo de los países de nuestra región.
Estas, mis expresiones tienen un destino, en primer lugar, para mis hermanos expresos políticos donde quiera que estén, hoy dispersos por el mundo y vencidos por la biología y no por el brutal enemigo.
En segundo lugar a la familia cubana, herida sufrida, fragmentada, pero que mantienen su cubanía hasta el fin de su existencia, a los jóvenes en nuestra isla y fuera de ella, que más allá de su educación y cultura, sean capaces de anidar en su corazón el sentimiento patriótico de sus antecesores.
Y en tercer lugar a todo aquél hombre o mujer de condición democrática que comprenda los sentimientos de quien esto escribe, cuando veo con profundo dolor, cómo se inmola y sacrifica una juventud que es el más preciado tesoro de esta tierra de gigantes libertadores, a la que están haciendo honor.
He visto con mis propios ojos desde la estatua de nuestro José Martí y frente al paseo de su mismo nombre, una marea humana que avanzaba resuelta frente a una cortina inmisericorde de bombas lacrimógenas, lanzadas por esbirros contra la humanidad de los marchantes, que sin un arma en la mano, aceleraban su paso, hasta que el humo asfixiante de esas malditas descargas los obligaron a protegerse de esos ataques.
El resultado ya lo conocemos, más de un centenar de heridos y en el teatro de esta acción el asesinato de un joven, atleta y comunicador social, Miguel Castillo Bracho, al que la cobardía de los genízaros uniformados, le partió el corazón.
Díganme ustedes amigos lectores si en mi carácter de sempiterno luchador contra las tiranías, puedo quedarme callado ante estos crímenes de lesa humanidad. Y tengo que denunciarlo al mundo, porque mi conciencia está herida, profundamente, porque el proyectil que mató a Miguel, mató la vida, la esperanza y la utopía y así lo siento.
Termino esta breve crónica con un pensamiento de nuestro Apóstol José Martí: “La libertad cuesta muy cara; o te decides a pagar su precio, o te resignas a vivir sin ella”
Este bravo pueblo está dispuesto a pagar su precio y lo está haciendo con el honor de los patricios libertadores; y rememorando la expresión de nuestro Apóstol digo: Deme Venezuela en qué servirla, que en mí tiene a un hijo”.
Aquí estamos y aquí seguimos.