Cuba y el fin de la generación histórica. Por YOANI SÁNCHEZ

A punto de cumplirse 60 años, la Revolución cubana no se parece hoy a lo que fue ni a lo que pretendió ser

Los tres últimos presidentes cubanos durante el VII Congreso del PCC. (EFE)

 

A punto de cumplirse 60 años desde su triunfo, la Revolución cubana no se parece hoy a lo que fue ni a lo que pretendió ser. En casi seis décadas, aquellos jóvenes barbudos que bajaron de las montañas pasaron de generar ilusiones a provocar temor o apatía. Su fórmula para mantenerse en el poder ha sido una mezcla de obstinación y cinismo político.

De aquel centenar de figuras fundadoras, rebautizadas hoy como la generación histórica, apenas queda una decena de sobrevivientes de los cuales solo cuatro ocupan posiciones relevantes. Las cenizas de Fidel Castro reposan en una piedra y su hermano Raúl ha transferido los poderes del Gobierno mientras prepara su relevo al frente del Partido Comunista.

El socialismo cubano ha tenido que adaptarse a los nuevos tiempos en un planeta globalizado donde el concepto de «países capitalistas» alude prácticamente al resto del mundo

Un cuarto de siglo después del desplome del socialismo en los países de Europa del Este y en medio de la crisis que vive la izquierda en América Latina, el socialismo cubano ha tenido que adaptarse a los nuevos tiempos en un planeta globalizado donde el concepto de «países capitalistas» alude prácticamente al resto del mundo. Para no perecer ha echado mano de prácticas y fórmulas de las que una vez renegó.

Uno de esos cíclicos lavados de cara está ocurriendo en estos momentos con la reforma constitucional. Este proceso está marcado, de un lado por la terquedad del pensamiento oficial, que sostiene que el sistema es irrevocable, y, de otro, por un exceso de esperanza en los sectores reformistas que apuestan por que la Carta Magna sea un paso en el largo camino hacia la transformación del país.

Al margen de esas dos posturas se posiciona el extenso bloque de los pesimistas, quienes piensan que hasta que no cambie lo que tiene que cambiar todo seguirá igual en Cuba.

La irrevocabilidad

La Constitución, que se cocina bajo la estricta vigilancia del único partido permitido en el país, mantiene el concepto de que «el socialismo y el sistema político y social revolucionario establecidos son irrevocables». De esa manera, cuando el próximo 24 de febrero los cubanos acudan a votar en el referendo constitucional estarán ratificando o negando esa camisa de fuerza.

Raúl Castro ha preparado un minucioso entramado de 224 artículos para dejar a la nueva generación de funcionarios un sistema atado y bien atado, en el que resulta casi imposible impulsar un cambio de rumbo desde dentro. La Constitución es la hoja de ruta de la que no podrán separarse un centímetro, o, al menos, así lo ha planeado el exgobernante.

Ni siquiera el Parlamento tiene potestad para reformar este principio de irrevocabilidad que funciona como una rienda legal para las nuevas generaciones que se alistan a tomar los timones de la nave nacional y que pueden verse tentadas a llevar las reformas demasiado lejos, una vez que el grupo de los históricos se haya extinguido definitivamente.

El extenso texto es la última jugada de los octogenarios de verde olivo para controlar el país más allá de su muerte, para ganarle la partida a la biología y seguir determinando la suerte de Cuba.

La esperanza reformista

Los más optimistas creen que a pesar de los rígidos barrotes que imponen algunos artículos de la Constitución, otros abren un espacio para mayores libertades económicas y sociales.

En la nueva Carta Magna que ahora se promueve se ha retirado la palabra comunismo para definir la meta final de la Revolución, ha desaparecido el propósito explícito de eliminar la explotación del hombre por el hombre, se ha aceptado la propiedad privada sobre los medios de producción y se reconoce el papel del mercado en la economía.

Estas adecuaciones abren el camino para el eventual establecimiento en la Isla de un modelo al estilo chino o vietnamita, donde el Partido mantiene un rígido control político al tiempo que el Estado renuncia a su monopolio sobre la propiedad. El centralismo económico se ve menoscabado con la aceptación de otras formas de gestión, pero se le deja claro a los emprendedores que no podrán crecer o enriquecerse más allá de un estricto límite.

Otros puntos, como la aceptación del matrimonio igualitario o la regulación de la edad máxima de los altos cargos del país, son parte de un envoltorio de colores atractivos con los que se quiere esconder el caramelo envenenado de la Carta Magna. Con esas flexibilizaciones, el oficialismo quiere atraer a la comunidad LGBTI y a otros grupos reformistas para que refrenden el documento a pesar de que el resto de los artículos tienen un carácter inmovilista y reaccionario.

En los debates públicos que se llevan a cabo sobre el proyecto se escuchan numerosas voces que reclaman el permiso para que los nacionales tengan derecho a invertir en igualdad de condiciones con los extranjeros

En los debates públicos que se llevan a cabo sobre el proyecto se escuchan numerosas voces que reclaman el permiso para que los nacionales tengan derecho a invertir en igualdad de condiciones con los extranjeros y se ha propuesto eliminar el artículo que inhibe «la concentración de la propiedad en personas naturales o jurídicas no estatales». Pero hasta el momento solo son planteamientos que nadie sabe si quedarán reflejados en el texto final.

Los optimistas también se preocupan por las oscilaciones o los pasos en retroceso que acompañan a cada avance.

Mientras que la aspiración largamente soñada de tener acceso a Internet parece que se concretará a finales de este año a través de la conexión desde los teléfonos móviles, el oficialismo ha lanzado una ofensiva contra la difusión independiente de contenido y la prensa no gubernamental, que ha tenido su clímax en la promulgación del Decreto Ley 349, que da una vuelta de tuerca a la censura cultural.

Recientemente se han dictado además leyes tendientes a controlar a los emprendedores, a los que aún no se les permite exportar o importar y carecen de un mercado mayorista que les abastezca de recursos. El nuevo enemigo de la Revolución cubana es –desde hace algún tiempo– ese sector privado que aventaja al Estado en servicios y calidad.

Para el Gobierno, los trabajadores por cuenta propia son un grupo al que vampirizar con impuestos y multas, pero al que no se le debe dar alas para que se expanda demasiado o pueda llegar a organizarse en sindicatos. Justo en esa zona de las libertades civiles es donde el sistema se muestra más reacio a dar pasos hacia adelante, temeroso de que una pequeña apertura que permita la libre asociación ponga en jaque el monopolio del Partido Comunista.

Todo o nada

A pesar de la vigilancia y la represión, el entorno inconforme cubano ha crecido significativamente en los últimos años y han aparecido numerosos matices. En ese sector crítico se inscribe el ciudadano que sufre sin protestar la cruda realidad donde el salario no alcanza para alimentar a la familia, los mercados están desabastecidos y el transporte público ha colapsado, pero también el activista que sale a la calle a gritar consignas exigiendo democracia y respeto a los derechos humanos.

Especialmente entre estos últimos prevalece la idea de que la única solución a los problemas del país pasa necesariamente por «el derrocamiento de la dictadura».

Desde este punto de vista no hay otro camino frente al hecho de que el relevo generacional en el poder se está cimentando con la irrevocabilidad del sistema y con un partido único que se presenta como «la fuerza dirigente superior de la sociedad y del Estado».

Sin embargo, ilegalizados y con pocos recursos, sin acceso a los medios de prensa nacionales y constantemente vigilados, la posibilidad de los activistas de descabezar el sistema parecen nulas.

Para la oposición el referendo constitucional podría convertirse en la única oportunidad en mucho tiempo de mandar un mensaje al régimen. Por años, la desunión, los conflictos personales y el constante trabajo de la policía política han hecho mella entre los grupos disidentes. El deshielo diplomático entre Washington y La Habana profundizó esa fractura y dividió a la sociedad civil entre quienes aceptaban el acercamiento y quienes lo rechazaban.

Aquella promesa de un futuro luminoso que el castrismo convirtió en uno de sus más importantes pilares populares se ha desvanecido de tanto no cumplirse

Ahora están ante la encrucijada de unirse alrededor de votar No en el referendo constitucional o permitir que el Gobierno termine por cerrar la jaula con una Constitución que pretende la perpetuidad del sistema. En los próximos meses se pondrá en evidencia la decisión que han tomado los más importantes líderes opositores.

Por el momento, ya hay muchos argumentos con los que podría irse convenciendo al ciudadano común de la necesidad de rechazar la Carta Magna. Aquella promesa de un futuro luminoso que el castrismo convirtió en uno de sus más importantes pilares populares se ha desvanecido de tanto no cumplirse. No hay tampoco un líder carismático capaz de arrastrar a las masas a nuevas cotas de sacrificio.

En el contexto nacional las nuevas generaciones carecen de entusiasmo tanto para entregar su juventud a la utopía socialista como para rebelarse frente al régimen. La válvula de escape que durante décadas ha sido la emigración se ha cerrado considerablemente debido a nuevas regulaciones en los Estados Unidos, el principal destino de los cubanos.

Se trata de un momento de fragilidad para ese proceso llamado Revolución cubana. Un sistema que llega a sus seis décadas de existencia sin haber podido cumplir buena parte de sus promesas, pero con la intención de mantenerse en el poder por la fuerza y con una Constitución que lo consagra para la eternidad.

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