por Alberto Reyes Pías
He estado pensando en cómo nos domesticaron… y podrían volvernos a domesticar III
La transposición.
Ningún gobierno es perfecto. Todos cometen errores, tienen fallos, necesitan renovarse… Ante esta realidad, los caminos son dos: o se reconocen los errores y se enmiendan, o se reconoce lo que debe ser cambiado y se cambia, o se niegan las propias fallas y se “transponen”.
Transponer significa “cambiar de lugar”. ¿Cómo se usa esto en política? Cambiando de sitio lo negativo, sacándolo del propio patio y poniéndolo en patio ajeno. Es decir, culpando a otros de los propios errores.
¿Cómo hemos cubanizado este principio a lo largo de décadas?
Lo más conocido y repetitivo ha sido atribuir al “Bloqueo” nuestra cada vez más profunda crisis económica. Vivimos en una isla bendita, extremadamente fértil, apta para muchísimos cultivos, ideal para la ganadería, rodeados por un mar lleno de vida y con gente capaz y deseosa de progresar, ¿qué nos falta?, ¿que termine el “Bloqueo”? Nos iría mejor si terminara la centralización estatal, si se liberaran las fuerzas productivas y se ofrecieran incentivos a la producción.
No queremos vivir en la miseria, no queremos vivir sin libertad, y por eso han estallado en miles de lugares y en miles de momentos las protestas que muestran el descontento social y que piden a gritos un cambio de sistema. Pero ese grito se “transpone”, se le quita de la garganta a este pueblo y se pone en las “gargantas imperialistas”, porque, para el discurso oficial, las manifestaciones son “provocaciones orquestadas por el imperialismo”, y nuestros manifestantes son simples agentes confundidos a los que se les ha manipulado, o comprado para que presten su voz al enemigo.
Y cuando los líderes de las manifestaciones son condenados a largos años de cárcel, esa injusticia se presenta como “justicia”, porque resulta que, siempre según el discurso oficial, “los manifestantes eran personas violentas, vandálicas, rompedoras del orden, y lo justo es que esas personas sean encarceladas,
para que no hagan daño a la sociedad”.
Gracias a las redes, hoy tenemos medios independientes que denuncian este proceder del Gobierno, pero su denuncia no puede ocupar el espacio de la “justa crítica”, y por eso es puesta en el sitio de los “voceros del enemigo”, de los “mercenarios de la información”, de los “difusores de noticias falsas”.
Y si algún actor internacional se solidariza con la prensa independiente cubana, o critica abiertamente el sistema cubano, su reclamo nunca se coloca en la mesa de la autocrítica, sino que se devuelve a la mesa remitente recordándole que en su país hay problemas similares o peores, o que en su país también se violan los derechos humanos, lo cual, en el caso de ser cierto, sólo indica que somos dos los del mismo problema, no que aquí no exista.
Así, cambiando continuamente de sitio los problemas, nada se resuelve, pero la gente se confunde, el poder se mantiene, y la isla se sumerge en el inmovilismo, en un sitio donde el tiempo se detiene y la gente se marchita, mientras escucha como en un eco lejano y continuo la bondad de los que nos encadenan y lo equivocado de soñar con romper esas cadenas.