Por Librado Linares.
El programa de gobierno orientado a corregir distorsiones y reimpulsar la economía se presenta como una hoja de ruta para ordenar las finanzas públicas, estimular la producción nacional y abrir espacios a la inversión. Sin embargo, sus limitaciones estructurales impiden que pueda convertirse en una verdadera solución a la crisis.
Limitaciones del programa.
El diseño institucional vigente está anquilosado y opera bajo un marco de incentivos defectuoso. Las reformas macroeconómicas que se proponen, aunque necesarias, generarían nuevos ganadores y perdedores. Entre los perdedores se encontraría la clase empresarial vinculada al castrismo, que ha prosperado bajo un sistema de privilegios y controles. El marco de incentivos tampoco ha favorecido que los mejores lleguen a posiciones de liderazgo; por el contrario, la clase política y empresarial está compuesta en gran medida por los peores, mientras que técnicos, líderes naturales y emprendedores han emigrado o se han desplazado al sector privado informal. Este sector privado, deformado por el mercantilismo, no genera bienes y servicios de calidad, lo que lo hace de baja productividad y competitividad.
El instinto de conservación de la cúpula dirigente es otro obstáculo fundamental. Reacios a conceder la libertad económica en la magnitud necesaria, temen que una apertura real conduzca a la pérdida de poder político. En consecuencia, las reformas propuestas se limitan a ajustes superficiales que no atacan las raíces del problema.
La necesidad de una transición integral.
La nación requiere una transición que abarque las dimensiones política, económica, social y cultural. Sin cambios en estas cuatro áreas, ninguna reforma económica aislada podrá sacar al país adelante. La transición debe ser el resultado de una articulación del descontento social y la creación de un movimiento político capaz de imprimir una dinámica de cambios.
La concepción de la tercera fuerza.
La tercera fuerza no es una variante que combine lo mejor del capitalismo y el socialismo. Se trata de una dinámica de cambios que opera en dos direcciones:
– De abajo hacia arriba, mediante la presión social organizada, la articulación del descontento ciudadano y la movilización de sectores marginados.
– De arriba hacia abajo, protagonizada por elementos pragmáticos, realistas y reformistas dentro de las instituciones castristas, que reconocen la inviabilidad del modelo actual y buscan introducir reformas para garantizar su supervivencia.
La transición ocurre cuando ambas dinámicas se articulan. La presión social desde abajo se encuentra con la apertura pragmática desde arriba, generando un movimiento político-social amplio capaz de sostener una dinámica de cambios que trascienda lo económico y penetre en lo político, lo social y lo cultural.
Catarsis nacional
La nación necesita una catarsis, una liberación de la estructura socialista y de la mentalidad estatista que la sostiene. Solo así podrá emerger un nuevo orden político, económico, social y cultural que valore el mérito, la iniciativa individual y la pluralidad. La tercera fuerza es, en este sentido, el verdadero catalizador de la transformación nacional: un proceso de liberación que articula la energía social con el pragmatismo institucional para abrir el camino hacia la transición.
Este artículo coloca a la tercera fuerza como la respuesta a las limitaciones del programa de gobierno. Mientras el plan oficial se limita a ajustes económicos que preservan el poder de la élite, la tercera fuerza propone una transición integral que libere a la nación de sus ataduras institucionales y culturales, y abra paso a un futuro de cambio real.
