Por Dagoberto Valdés Hernández I
9 de septiembre de 2024.
“Yo no creo que mi tierra esté muerta.
Está esparcida por el viento,
y anda, en esta hora de agonía,
por los pueblos y por el mar.
Pero hay un hilo misterioso que a todos nos sujeta a la tierra querida
y será bello de ver el día en que, a un tiempo,
con la maleta entre las alas, vuelvan al nido todas las palomas”.
José Martí. Carta a Rodolfo Menéndez. (O.C. Editorial Ciencias Sociales, t. 20, p. 348)
La increíble vigencia de José Martí, el verdadero, recordado por el padre Lester, un fraile dominico cubano, amigo y hermano, de la familia de Fray Bartolomé de las Casas y Fray Antonio de Montesinos, me ha conmovido y confirmado en mi esperanza que no es ilusoria, ni utópica, sino realista.
Los que me conocen o me leen saben que no descanso en decir y vivir que Cuba es una noble y única nación formada por dos pulmones: la Isla que respira, resiste y resucita aquí cada mañana; y el otro pulmón: la Diáspora esparcida por todas las latitudes y crecida a lo largo de todos estos 65 años.
Esa Diáspora, siempre creciente, como el mar que nos rodea va en olas: exilio histórico, desterrados, marielitos, balseros, los de las rutas, las selvas y los ríos, los sepultados en el Estrecho de la Florida, los que decidieron irse por los mares, los vientos, los emigrados, cuya causa profunda es la misma de todos: escapar, no de su tierra, no de su cubanía, no de sus raíces, no de sus familias, no de su Iglesia y su barrio, sino del régimen que ha convertido la unidad predicada en desintegración obligada, por la vida invivible, por la agonía inacabable, por la muerte lenta. Es el sistema, no Cuba, el que muere.
Es por ello que quiero compartir con ustedes esta certeza de José Martí, que escribe desde Nueva York, el 26 de junio de 1889 una carta a un amigo editor de la revista Escuela Primaria. En la misma misiva le presenta el primer número de La Edad de Oro que define como “empresa del corazón”. En la carta dice Martí:
*“Yo no creo que mi tierra esté muerta. Está esparcida por el viento…”*
Comparto absolutamente esta convicción del Apóstol. Cuba no está muerta por muchas heridas de muerte que haya recibido. No está muerta, aunque casi la asfixia una ideología extranjera que va contra la naturaleza humana pero que no ha podido con la esencia humana de cada cubano: esa imagen y semejanza que toda persona ha recibido de Dios y que es imborrable, imbatible, siempre resucitada.
Las esencias de la nación cubana no han muerto. El alma de Cuba está herida por el daño antropológico infligido por el totalitarismo, pero ningún régimen puede con el espíritu humano. Pueden herir, torturar, matar el cuerpo, pero esa sangre ha fortalecido el alma de Cuba. No confundamos la agonía con la muerte. La agonía tiene solución. Puede ser fecunda. Puede ser ofrenda permanente. Toda agonía es la lucha de la vida que se resiste a morir. La agonía es crisol que purifica, es cruz que resucita, es roca sobre la que cimentamos el futuro de la nación. Cuba agoniza, pero está, por eso mismo, viva y luchando por la vida.
*“… y anda, en esta hora de agonía, por los pueblos y por el mar”.*
La más perfecta descripción de lo que estamos viviendo: agonía de los de la Isla que sufre y agonía de la Diáspora que también sufre y sobre ese sufrimiento padece la nostalgia, la separación de la familia, el desarraigo de sus raíces, la lejanía de su tierra, repito, su tierra, la nuestra, que es de ellos, que es de todos los cubanos.
Pero dice Martí que Cuba “anda”, no se ha detenido un solo segundo desde que nació a la libertad y desde que le fue arrebatada. Cuba no está muerta porque anda. Y anda no solo dentro de la Isla, sino por los pueblos del orbe entero, dando fe de que vive, de que lucha, de que progresa, de que trabaja por la libertad. Cuba anda, luego vive. Y anda más que nunca, por caminos que antes no sospechaba, por latitudes donde no se sabía de su agonía. Cuba anda por los pueblos y mares del mundo predicando su verdad, derrumbando mitos, levantando solidaridad. Cuba dispersa ha ensanchado los caminos de la libertad.
Es mentira la desintegración de Cuba. Sus pedazos esparcidos son semillas de libertad, son yemas de injerto para ramificar a la Isla en el tronco del mundo. Cada cubano es una semilla, y si la semilla no se esparce no hay surco, ni sembradío, ni cosecha de libertad y progreso. Cada cubano desgajado ha logrado injertarse en el lugar donde fue, y prender en el tronco que lo acogió, y florecer en el progreso y dar frutos en país extraño. ¿Existe prueba mayor de que Cuba vive? Hay un monumento a la resurrección de Cuba en cada país donde los cubanos han sido esparcidos, donde llegaron, plantaron y han levantado cabeza y progreso. Esa es Cuba. Esa es mi Patria querida y sufrida. Esa es Cuba, en la Isla y en la Diáspora, no el espantajo mugriento y estéril que quieren que creamos que somos.
Los que quieren que creamos eso no saben que la semilla más fértil aparenta estar podrida y lo está en la profundidad de su tierra, pero la podredumbre de este tiempo trae dentro su embrión y su propia germinación. En la Isla estamos viviendo en el tiempo que necesita toda semilla aparentemente podrida para convertirse en árbol de libertad. Fijémonos en el primer experimento que hacen en casa nuestros hijos y nietos: sembrar una semilla en algodón húmedo para ver qué pasa.
Primero parece que no pasa nada, pero la semilla está viva, está trabajando por la vida sin que se vea nada, aparentemente. Después, como un milagro de vida en profundidad, brota la radícula, una insignificante raicilla sin color, pero con vigor, que empuja hacia abajo y comienza a echar unos minúsculos pelos que tienen la capacidad de absorber y alimentarse del suelo, mientras consume la reserva de la semilla que se pudre. Ha nacido la raíz. Libertad hacia abajo, pero que sin ella nada alimentará la planta en el sol de la libertad. Luego, otro milagro, este hacia arriba, nace la plúmula, yema envuelta en una minúscula hoja rudimentaria que la cubre y protege. Empuja la tierra sin dejarse podrir por ella. Se abre camino, sale a la superficie, se muestra a la luz del sol. Ha nacido el tallo. Este es el largo camino hacia la libertad de la luz.
Unos somos radícula y servimos para penetrar, beber de la tierra, alimentar al resto de la planta. Otros somos los agonizantes cotiledones de la semilla enterrada y servimos para entregar nuestras reservas a los que crecen. Otros somos los rudimentarios tallos que empujan, abren camino en la tierra, no se dejan desintegrar, se alzan hasta alcanzar el sol y son la primera señal de que la semilla ha triunfado, no estaba muerta. Solo estaba naciendo en la agonía del surco, en la profundidad del sinvivir para, muriendo por fuera, dar a la luz el árbol de la libertad.
*“Pero hay un hilo misterioso que a todos nos sujeta a la tierra querida…”*
Unos hacemos ese proceso aquí, otros cubanos nacen, crecen y dan frutos progresando en la Diáspora. Pero la nación no se deshilacha. Cuba sigue tejiendo, hilvanando, extendiendo el tejido de su sociedad civil. Pero hay un hilo primigenio. Este es el hilo con que se teje la nación cubana. Con el que permanecemos todos, no importa donde estemos, sujetos, imbricados, entretejidos a la tierra querida. ¡Que jamás olvidemos ese “hilo misterioso”! ¡Que nunca cortemos su urdimbre! ¡Que ensartemos las agujas de los nacidos en otras tierras con este hilo de cubanía! Sesenta y cinco años no han podido romper el hilo ni destruir el manto con el que nos cobijamos todos los cubanos. Todos lo sentimos, todos lo sabemos: es un manto criollo y universal, materno y fraternal. “Es emblema patrio”. Es la cubanidad.
*“Y será bello de ver el día en que, a un tiempo, con la maleta entre las alas, vuelvan al nido todas las palomas”.*
Estoy convencido que se acerca ese bello día en que, por “las aguas del regreso”, como dice la plegaria “Al pie de los altares”, vuelvan al maravilloso y desvencijado nido que intentaron destruir, para reconstruirlo más grande, mejor y más acogedor y hospitalario. Cuba será un hogar nacional mucho mejor que el de hace más de seis décadas. Seremos lo que somos: una gran nación en una pequeña, bella y próspera Isla.
Y ya no será igual que antes, porque los hilos cubanos que tejieron nuestros hermanos de la Diáspora en cada una de sus oleadas, traerán para la Isla mareas de conocimientos, talentos y prosperidad. Quienes pensaron que con el exilio destruían a Cuba solo dispersaron semillas, ganas de vivir, trabajo para progresar y una gran riqueza humana con raíces universales que harán que su Patria sea, al regreso, más grande y preciosa, otra vez, la Perla de las Antillas, la Llave del Golfo, “la tierra más hermosa que ojos humanos han visto”.
Que así sea.
Hasta el próximo lunes, si Dios quiere.